Skip to main content

<<Despreocupados, irónicos, violentos –así nos quiere la sabiduría: es una mujer, ama siempre únicamente a un guerrero… >>

La genealogía de la moral es una de las obras más representativas para el estudio temático de las ideas fundamentales de Nietzsche, además de ser una obra maestra de su arte de la interpretación, técnica que traspasó de sus estudios como filólogo a los que luego realizó como filósofo.

Al contrario de los psicólogos ingleses anteriores a él, que atribuyeron el origen de los conceptos bueno y malo al olvido y al hábito, Nietzsche hace un recorrido por la historia y la etimología para llegar al origen psicológico de estos conceptos y revelar así las profundas metamorfosis que han sufrido a lo largo de la historia. Y, sobre todo, para hacer ver al lector que los conceptos “bueno” y “malo” no derivan de ninguna entidad trascendente ni de ninguna idea universal e inmutable sino de la fuerza de los hombres. Y todo este estudio deriva, a modo de puesta en práctica, de su propia concepción de la ontología y la verdad como interpretación.

Para Nietzsche es el ser humano el que establece qué es el ser y qué es la verdad, con lo que elimina la trascendencia de éstos. Ambos conceptos no están más allá del hombre sino que responden a un acuerdo entre los hombres sobre cómo concebirlos (acuerdo muchas veces desequilibrado ya que puede proceder de la norma del que domina) y este acuerdo depende de la interpretación que haga cada uno sobre el mundo en el que vive y del cual no se puede separar para verlo de forma objetiva, independiente, “desinteresada” [2] . Lo que es, desde una perspectiva epistemológica, no existe más allá de lo que cada hombre interpreta que sea y, de la misma manera, los conceptos “bueno” y “malo” no tienen una existencia independiente más allá de lo que los hombres deciden que sean. Al igual que la verdad, los conceptos “bueno” y “malo” proceden del pacto. Pero ¿de dónde viene este pacto? ¿de dónde y por qué surgen estos conceptos? ¿cuál es el impulso que subyace a éstos?

En resumidas cuentas el impulso que está debajo de la formación de estos conceptos es la voluntad de poder. Pero ¿qué es la voluntad de poder? Es el impulso que lleva al hombre a la afirmación de sí mismo, a la afirmación de la vida, al deseo de autorrealización del hombre en ella, a la creación. Voluntad de poder es voluntad de poder crear y, sobre todo y desde el punto de vista de La genealogía de la moral, voluntad de poder crear valores. Según nos dice en el tratado primero esta voluntad de poder crear valores se desarrolla mediante dos vías: la autoafirmación del fuerte (activa) y el resentimiento del débil (reactiva); ambos, desde sus respectivos puntos de vista, crean sus conceptos de “bueno” y “malo”. Los fuertes desde su fuerza activa de creación y autoafirmación crearon el concepto “bueno” sin necesidad de que éste refiriese a lo útil, como afirmaban muchos tratados utilitaristas de la época. Es una afirmación, una valoración de sí mismos: <<fueron “los buenos” mismos, es decir, los nobles, los poderosos,  los hombres de posición superior y elevados sentimientos quienes se sintieron y se valoraron a sí mismos y a su obrar como buenos, o sea, como algo de primer rango, en contraposición a todo lo bajo, abyecto, vulgar y plebeyo [3] >>. Nietzsche identifica el fuerte con el noble, el guerrero, la aristocracia caballeresca.

El fuerte no necesita a los demás para afirmarse a sí mismo porque en él la voluntad es activa, es creadora, pero en el mundo no sólo hay fuertes, también hay débiles, y es en esta oposición donde se origina la antítesis “bueno”-“malo”.

Pero, al contrario de una fuerza activa, existe una fuerza reactiva, y es ésta la fuerza que empuja a los débiles, a los esclavos, a crear sus valores en oposición a los del noble. No es activa, sino reactiva, porque no se afirma a sí misma por sí misma sino que se afirma por oposición a otro al que teme y envidia, ante el que quiere venganza, así surge la moral del resentimiento y se crea el concepto de “malvado” (böse), que es, precisamente, el “bueno” de la moral aristocrática. De tal forma los débiles, que Nietzsche identifica con la tradición judaico-socrático-cristiana, invierten la

<<identificación aristocrática de los valores (bueno = noble = poderoso = bello = feliz = amado de Dios) […] (y dicen) ¡los miserables son los buenos; los pobres, los impotentes, los bajos son los únicos buenos; los que sufren, los indigentes, los enfermos, los deformes son también los únicos piadosos, los únicos benditos de Dios, únicamente para ellos existe bienaventuranza, – en cambio vosotros, vosotros los nobles y violentos, vosotros sois, por toda la eternidad, los malvados, los crueles, los lascivos, los insaciables, los ateos, y vosotros seréis
también eternamente lo desventurados, los malditos y condenados! [4]>>.

Y continúa: <<La rebelión de los esclavos en la moral comienza cuando el resentimiento mismo se vuele creador y engendra valores [5] >>. Aquí lo hemos visto explicado, es la fuerza reactiva de la voluntad de poder. Los fuertes no quieren ser débiles pero <<-Esos débiles alguna vez, en efecto, quieren ser también ellos los fuertes, no hay duda, alguna vez debe llegar también su reino – nada menos que “el reino de Dios” [6]>>.   Para llegar a ese “Reino de Dios” es necesario negar el valor de esta vida y otorgar un sentido al sufrimiento que en ella tienen. Este sentido proviene de dos fuentes: del que otorga el ideal ascético sacerdotal (que Nietzsche trata con detenimiento en el tratado tercero) y de una fundamentación ontológica de un mundo que existe más allá y que niega éste. Ese mundo trascendente es el mundo del Ser y del Bien que fue fundamentado por Sócrates y Platón, que negó el mundo de las apariencias y los instintos y que sirvió de basamento teórico de la moral cristiana. Ya en textos como El nacimiento de la tragedia y Más allá del bien y del mal Nietzsche había situado la decadencia del mundo griego, de la moral de la autoafirmación, del “espíritu dionisiaco” de los instintos y la celebración de la vida, en la imposición de la idea de Bien, la razón abstracta llevada a cabo por Sócrates y Platón, que Nietzsche sitúa dentro de la aristocracia sacerdotal. Para él Platón preparó la inversión judeo-cristiana de los valores nobles de Grecia y Roma. Platón antepuso la Idea al mundo cotidiano, condenó los instintos, desnaturalizó al hombre e impuso la moral del Bien supremo como algo que proviene de ideas abstractas situadas en otro mundo más allá. Creer en un mundo más allá Nietzsche lo identifica con creer en la nada, por eso la historia del idealismo platónico-judeo-cristiano es la historia del nihilismo. Pero incluso esto le sirve para mostrar cómo, por debajo, se mantiene la voluntad de poder: <<¡Todo eso significa, atrevámonos a comprenderlo, una voluntad de la nada, una aversión contra la vida, un rechazo de los presupuestos más fundamentales de la vida, pero es, y no deja de ser, una voluntad!… […] el hombre prefiere querer la nada a no querer [7] >>. Son los sacerdotes los que también tienen poder (aristocracia), pero motivan, dan sentido al sufrimiento del pueblo y alientan la moral del rebaño para someterle.

Las dos formas de fuerza de la voluntad de poder, la activa y la reactiva, han mantenido en la tierra una lucha terrible que ha durado milenios. La rebelión de los esclavos, la moral del débil, venció con la concepción platónico-judeo-cristiana. Pero también venció otra batalla cuando, después del intento de recuperación del clasicismo llevado a cabo en el Renacimiento, el espíritu de venganza se impuso de nuevo con la Reforma luterana y su ideal ascético. Por eso la historia ha continuado siendo “nihilizadora”, pero esto no es una ley histórica definitiva. La
lucha se ha vuelto cada vez más espiritual pero <<todas las grandes cosas perecen a sus propias manos, por un acto de autosupresión: así lo quiere la ley de la vida, la ley de la “autosuperación”necesaria que existe en la esencia de la vida [8]>> y la moral cristiana perecerá como perecieron sus dogmas.

¿Y qué vendrá después? Como él mismo afirma en este y otros textos, sobre todo en El Anticristo y Así habló Zaratustra, vendrá el niño que no quiere volver a ser camello, que tiene instinto de nuevo y que quiere jugar, vendrá el ateo Zaratustra, vendrá el superhombre. El hombre que está “más allá del bien y del mal”, el hombre que ha aceptado “la muerte de Dios” y el sentido de la tierra, que permanece fiel a ella y la ama y que usa tanto sus instintos como su entendimiento, el hombre creador, el hombre con voluntad fuerte que quiere crear y afirmarse. El hombre que tiene la voluntad de poder crear nuevos valores y ponerlos en práctica.

<<El superhombre es el sentido de la tierra. Diga vuestra voluntad: ¡sea el superhombre el sentido de la tierra!
Yo os conjuro, hermanos míos, ¡permaneced fieles a la tierra y no creáis a quienes os hablan de esperanzas sobreterrenales! Son envenenadores, lo sepan o no
[9]>>.

Zaratustra sería el ejemplo de la transvaloración de todos los valores que Nietzsche pretendía llevar a cabo y que no pudo concluir, una transvaloración que invirtiese la que anteriormente había llevado a cabo la moral del rebaño que ya hemos tratado aquí.

Pero fuera ya de una interpretación literal de los textos de Nietzsche, y a modo de reflexión sobre el individuo contemporáneo que vive alienado [10]  en una sociedad de masas (masas de trabajadores, masas de votantes, masas de creencias, masas de consumo…), lo que más resalta en este texto es la exaltación de la necesidad de que el individuo piense por sí mismo y lleve a cabo una vida a partir de unos valores que no le vengan impuestos por otro sino que sean unos valores que el hombre se da a sí mismo a partir de su poder de creación, fuera de la manipulación de las “morales de los rebaños” que se quieren imponer desde los sectores de poder, ya sean desde sectores políticos, medios de comunicación, otros poderes fácticos y, todavía, la Iglesia u otras organizaciones religiosas. Todo esto dentro de una crisis de los valores ya augurada por Nietzsche para los dos próximos siglos (dicho esto en 1887). Precisamente lo que él quiso mostrar en La genealogía de la moral es que esa crisis tenía que llegar porque los valores que se habían impuesto como eternos o provenientes de ideas inmutables y como existentes más allá de los hombres por parte de la aristocracia sacerdotal no son más que valores provenientes del nómos, no del logos, es decir, del hombre, pero lamentablemente, del hombre que se ha dejado someter y que no ha sabido afirmar su propia vida y sus propios valores, del hombre débil.

 

[1]  Nietzsche, Friedrich: La genealogía de la moral (1887). Traducción de Andrés Sánchez Pascual. Alianza ed. Madrid. 2009. Pág. 125. Extraído a su vez de Así habló Zaratustra (1883). Traducción de Andrés Sánchez Pascual. Alianza ed. Madrid. 2003. Pág. 74.
[2]  Es éste un concepto importante en la historia del pensamiento ya que Kant abogaba por ese espectador desinteresado para desentrañar objetivamente la cosa-en-sí (Crítica de la razón pura) o lo bello universal (Crítica del juicio). A él y a Schopenhauer hace referencia Nietszche en el tratado segundo de La genealogía de la moral.(págs. 133 y ss.)
[3]  Nietzsche, Friedrich: La genealogía de la moral (1887). Traducción de Andrés Sánchez Pascual. Alianza ed. Madrid. 2009. Pág. 37.
[4]  Ibid. Pág. 46.
[5]  Ibid. Pág. 50.
[6]  Ibid. Pág. 63.
[7]  Ibid. Pág. 205.
[8]  Ibid. Pág. 203.
[9]  Nietzsche, Friedrich: Así habló Zaratustra (1883). Traducción de Andrés Sánchez Pascual. Alianza ed. Madrid. 2003. Pág. 36.
[10]  Traigo a propósito a colación este concepto tratado por Marx (que formaría la llamada por Deleuze la “Escuela de la sospecha” junto con Freud y Nietzsche) y por los pensadores de la Escuela de Frankfurt.

Leave a Reply