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                                                                                            Tributo a Ángel González

Regresas a casa después de un viaje
y ahí está
esa capa espesa de polvo sobre los muebles
echándote en cara tu dejadez y desarraigo.

Como los cardos que ruedan por las calles
de un western árido y ventoso
abres la puerta
y pequeños animales corretean por el pasillo
a gran velocidad
y se te encaraman a las piernas
con una lista de exigencias,
todo un pueblo sublevado
por el abandono de su dios
que otra vez se fue de viaje
-cuánta impertinencia
en mi propia casa…-.
Con el cansancio del trayecto en el cuerpo
eso es lo que te encuentras
cuando entras en tu apartamento,
qué desastre, qué desfachatez.

Amenazo a los rebeldes
con una limpieza total
en un gesto brillante de arrogancia
que elimine la suya
pero como un dictador ya viejo y ablandado
muchas veces perdono la insurgencia
y no limpio dejando
que sigan correteando a tumbos por el pasillo
esas bolas de polvo tan perdidas,
contestatarias e inoportunas
que logran reconocerme en ellas y aceptar
que estamos hechos de lo mismo,
que son las legítimas dueñas de la casa
y que, generosamente y a cambio de nada,

me hacen mucha compañía.

 

En «Conversaciones aeroportuarias»
Inédito, todavía.

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